Cuentito
Por Marco Sarmiento
Anna despertó horrorizada, su propio grito pareció sacarla de un inquietante y profundo estado aletargado. Por cuarta vez en una semana lograba conciliar el sueño, tan solo para perderlo en las garras de la misma pesadilla recurrente que creía haber superado hacía un par de décadas.
Era una mujer que a pesar de su corta edad contaba con una larga experiencia en la soledad, su más reciente fracaso se había dado justo dos meses antes, en el momento en que su esposo decidió desaparecer dejándola esperando el bello atardecer prometido a la orilla del mar.
Tomó el frasco de Valium de la cómoda para bajar un poco el ansia que empezaba a manifestarse. Odiaba ese estado en el que justo después de despertar, su mente la empieza a engañar; recuerda vagamente secciones sobrepuestas y confusas de ese sueño que le provoca tanta infelicidad, que solo acentúa su gran soledad.
Se encuentra en un desierto, la arena bajo sus pies comienza a llagarlos y el calor abrazador le provoca heridas que poco a poco convierten su piel en algo parecido a un papiro antiguo; justo en el momento en el que la desesperación comienza a abordarla el ambiente cambia, todo se empieza a tornar húmedo y refrescante, camina tratando de apagar el escozor en su carne.
Llega a un valle formado por enormes dunas en el que se ve correr un pequeño hilillo de agua, se acerca a él y este empieza a aumentar en volumen al grado de transformarse en un enorme torrente que se vierte sobre ella, a su alrededor, extrañamente sin tocarla siquiera.
El agua comienza a subir de nivel y se genera un enorme torbellino en cuyo vórtice se encuentra Anna en una suerte de burbuja de aire, el tiempo se detiene por un instante, una eternidad; se escucha un tambor ancestral: grotesco, profundo y atemorizante. A través de la marejada que se encuentra a su alrededor logra distinguir la silueta de una mujer que flota fantasmagórica, una visión impresionante de sí misma flotando, atada al fondo de un mar ficticio.
El terror se apodera de su cuerpo, en un principio aparece como pequeños espasmos en sus piernas, el agua empieza a derramarse dentro de su cápsula protectora, es como si un vaso descomunal fuera llenado con agua corriente. Anna grita desesperada, no puede salir, dedica una mirada a su reflejo flotante y nota una grotesca sonrisa, ella solo recuerda, un nombre viene a su mente, ella lo pronuncia, lo grita de una forma desgarradora: Molly, ¡Molly! Anna despierta bañada en sudor.
La mañana llega y el sol entra por la ventana hiriendo los ojos de Anna que no se volvieron a cerrar durante toda la noche, el despertador suena desesperante y ella solo atina a desconectarlo directamente de la fuente de poder, se acerca al baño dispuesta a tomar una ducha; parece que después de todo volverá a llegar temprano a su oficina.
Llena la tina, se recuesta e intenta relajarse, el agua a su alrededor pareciera hervir y con un pequeño vaivén comienza a hundirse en el sopor del sueño, alguien susurra en su mente el nombre de Molly, piensa en ella un instante y se ve abruptamente interrumpida por el pitido del despertador.
Por un momento piensa que ya es tarde, luego recuerda que desconectó el aparato, un escalofrío recorre su cuerpo e inmediatamente corre hacia la recamara para confirmarlo, se detiene en el umbral de la puerta generando un charco de agua debajo de ella, ve su cuerpo tendido en la cama, de pronto, su Doppelgänger abre los ojos y por un instante cruzan la mirada, alcanza a notar que la Anna recostada, susurra el nombre que trepana su mente: Molly.
De nuevo su propio grito la despierta, esta vez está desnuda y completamente empapada; nota que el despertador sigue pitando enloquecido, lo arranca del buró y lo arroja lejos de la cama, este cae junto a la puerta del baño, justo sobre un enorme charco de agua.
Anna apresura un par de pastillas, está a punto de tener un colapso nervioso: se levanta como un autómata, toma un par de prendas, su bolso y sale a la calle, la oficina tendrá que esperar por hoy. Camina por la acera tratando de acomodar sus pensamientos, se siente observada y en cada peatón reconoce una posible amenaza. Por ello comienza a caminar hacia un desolado parque, los primeros rayos de la mañana atenúan un poco la persistente obscuridad que rodea el peligroso lugar.
Llega hasta un frondoso abeto, rendida y un poco sedada se sienta al pie para comenzar a llorar y por primera vez en el día maldecir su soledad. Sus lágrimas fluyen y al caer en la piel de su brazo provocan un cierto escalofrío, una incomodidad que le recuerda los espantosos sucesos de la mañana. Se arma de un poco de valor y trata de controlarse, se pregunta quién es Molly y por qué le recuerda tanto a ella misma.
Sin nadie a quién recurrir, decide ir a la vieja casa paterna, ahora abandonada. Aún recuerda cuando Edgar, su ex esposo, la ayudó a cubrir los muebles con sábanas y ordenar en el ático las pertenecías de sus padres: Anna, su madre, había cedido a los embates de una enfermedad devastadora mientras aún lloraba la pérdida de su amado Herb, fallecido veinte años antes durante una espantosa revuelta social.
Al llegar frente al jardín que la había visto crecer tan sola como se encontraba en este mismo instante, duda en entrar hasta que el recuerdo de un nombre la empuja sin antes revolverle un poco el estómago. Saca de su cartera la llave desgastada de la puerta principal, con un poco de esfuerzo logra librar el seguro y abrir, el marco cruje con un sonido casi de ultratumba que hace titubear por un momento a Anna.
Una vez adentro trata de ordenar sus pensamientos a pesar del fuerte olor a humedad provocado por el salitre que se ha ido comiendo lentamente el horrendo papel tapiz que a pesar de los años sigue jugándole malas pasadas a la vista. Descubre uno de los sillones y una gruesa capa de polvo nubla su visión y le provoca una molesta tos que pasa rápidamente, toma asiento y se lleva las manos al rostro pensando con qué podría aligerar la enorme carga emocional que le oprime el alma.
Recuerda un viejo álbum de recortes y fotografías que su madre solía presumir a todo aquél que osara traspasar el umbral de la casa. Espera encontrar alguna referencia al nombre que ya siquiera se atreve a pensar y mucho menos pronunciar. Sube al ático y comienza su labor, abre caja tras caja llena de polvo lastimándose aún más con los recuerdos de lo que por unos pocos años de su infancia fue una familia, encuentra objetos tan sensiblemente ligados a sus recuerdos que no nota siquiera que el llanto está humedeciendo su cara y se mezcla con la tierra aferrada a su rostro dándole un aspecto macabro.
Al fin encuentra el deseado álbum y pasa hoja por hoja esperando encontrar algo que la ayude a aliviar su dolor que ahora se mezcla con la nostalgia y una sensación de vacío mayor al que la atormenta cada tarde al notarse sola en su enorme oficina y tener que decidir entre trabajar toda la noche o ir a su casa a mirar el techo de su cuarto durante exactamente el mismo tiempo.
Encuentra una fotografía amarillenta en la que se ve junto a sus padres, todos sonríen y parecen realmente felices a pesar de todo, Anna tiene tan solo seis años y es cargada por su padre quien recién llegaba de una de tantas marchas y mítines en los que fungía como líder moral en la lucha constante por mejorar las condiciones de vida de obreros, estudiantes y ciudadanos en general. Su madre disfraza un poco la preocupación con la felicidad de tenerlo una noche más en casa, justo en la víspera del cumpleaños de su única hija.
Recuerda vagamente ese cumpleaños y una fiesta a la que solo dos compañeros de escuela asistieron, obligados por sus madres y la relación que llevaban con la familia. Además, ese fue exactamente el último cumpleaños que Herb disfrutó con ellas, puesto que dos días después cuando creía que al fin podría lograr un cambio, el ejército simplemente entró a las filas de una manifestación para acribillar a la multitud.
Desesperada e inundada en lágrimas empieza a destrozar el álbum al mismo tiempo que escucha que la lluvia comienza a caer. Agotada e hincada en medio de trozos de papel y fotografías desgarradas siente como si todo su cuerpo estuviera dentro de una licuadora industrial.
El espacio del ático parece cada vez más pequeño y la asfixia. La pequeña ventana circular que le proporcionaba un poco de luz, ahora se ve tan nublada como el cielo afuera de la casa. En un arranque de furia comienza a revolver las cajas, a estrellar contra las paredes los objetos que contienen sus recuerdos y toda una vida de sus padres ausentes y enfermos.
De una de las cajas, que Edgar había empacado fuertemente se asoma una más pequeña, una que recuerda bien, es dónde Herb solía guardar sus habanos, la toma entre sus manos y la aprieta contra su pecho, ahora recuerda vívidamente gracias al olor penetrante y afrutado del tabaco cubano.
Abre la pequeña caja y adentro encuentra una revolver calibre .38 Special, nunca lo había visto, al parecer su madre la atesoraba como oro puro. Cierra abruptamente la caja, decide bajar con una idea vaga pero con un propósito muy firme. La poca visibilidad hace que la preciada carga caiga por las escaleras, justo al golpear el último escalón escucha un estruendo, una detonación que por un instante la hace sumamente feliz, baja apresurada y recoge la caja. Dentro, el arma sigue humeante.
El hueco en la tapa deja ver la punta de lo que parece ser una fotografía, Anna la toma y recuerda al instante; la fiesta considerada como su primera decepción. En ella se logra ver a Anna sosteniendo una linda muñeca de trapo con vestimentas típicas del trópico, el último regalo de su padre.
Ella sonríe y de su garganta sale involuntariamente un nombre: Anna. Por un momento siente un escalofrío en todo el cuerpo, comienza a recordar, su padre no murió en la revuelta, ante la masacre regresó a casa y se pegó un tiro frente a su familia, sentado justo en el último escalón del ático, dos días antes su regalo de cumpleaños fue una muñeca que ella y su madre bautizaron con el nombre de Anna. Entonces, pensó, ¿quién soy yo?
Sin una identidad clara, sale de nuevo a la calle donde pareciera que se ha venido un nuevo diluvio, horrorizada corre hacia la avenida principal mientras cree tener alucinaciones de marejadas de agua cayendo de los edificios, al llegar a ellos el líquido comienza a danzar alrededor suyo, a formar una burbuja de protección, escucha de nuevo el tambor primordial y el tiempo se detiene, su figura reflejada en el agua pareciera flotar de nuevo y viene a ella el nombre maldito: Molly, Molly por favor despierta.
Esta vez el nombre es pronunciado por una voz masculina, logra reconocerla, es Edgar; él la llama y ahora lo sabe, Anna es solo una muñeca su verdadero nombre es Molly. Desesperada siente que el agua vuelve a rodearla y bajo su enorme peso no logra moverse más a pesar de escuchar su nombre dulcemente pronunciado por su marido.
Con dificultad y arrepentimiento Edgar suelta la mano de Molly y con lágrimas en los ojos se despide de ella, al parecer dos meses de coma profundo son suficiente razón para abandonarla a su suerte en el mismo hospital en el que recibieron una alarma al atardecer, una hermosa mujer tendida en un camastro con un frasco de pastillas en la mano y una botella de whiskey en la arena.
Edgar abandona la habitación lentamente y el sonido de sus pasos es paulatinamente reemplazado por el goteo del suero de Molly, goteo que será el único sonido que la acompañará durante el resto de la eternidad.
Y sí, el título es un tributo a Incubus.